martes, 13 de octubre de 2009

286 Al Mar


Autor*Guillermo Prieto
Te siento en mí: cuando tu voz potente
saludó retronando en lontananza,
se renovó mi ser; alce la frente
nunca abatida por el hado impío,
y vibrante brotó del pecho mío
un cántico de amor y alabanza.
Te encadenó el Señor en estas playas
cuando, Satán del mundo,
temerario plagiando el infinito,
le quisiste anegar, y en lo profundo
gimes ¡oh mar! en sempiterno grito.

Tú también te retuerces cual remedo
de la eterna agonía;
también, como al ser mío,
la soledad te cerca y el vacío;
y siempre en in quietud y en amargura,
te acaricia la luz del claro día,
te ven los astros en la noche oscura.

A ti te vi venir, como en locura,
esparcido el cabello de tus ondas
de espuma en el vaivén, como cercada
de invisibles espíritus, llegando
de abismos ignorados y clamando
en acentos humanos que morían,
y el grito y el sollozo confundían.

A mí te vi venir ¡oh mar divino!
y supe contener tanta grandeza,
como tiembla la gota de la lluvia
en la hoja leve del robusto encino.

Eres sublime ¡oh mar! los horizontes
recogiendo las alas fatigadas,
se prosternan ante ti desde los montes.

Prendida de tus hombros la luz bella
forma los pliegues de tu manto inmenso.
Entre la blanca bruma
se perciben los tumbos de tus ondas,
cual de hermosa en el seno palpitante
los encajes levísimos de espuma.

Si te agitas, arrojas de tu seno
en explosión tremenda las montañas,
y es un remedo de la brisa el trueno,
terrible mar, si gimen tus entrañas.

¿Quién te describe ¡oh mar! cuando bravía,
como mujer celosa,
en medio de tu marcha procelosa
el escollo de tus iras desafía?

Vas, te encrespas, te ciñes con porfía,
retrocedes rugiente,
y del tenaz luchar desesperada,
te precipitas en su negro seno
despedazando tu altanera suerte.

En tanto, al viento horrible,
arrastrando al relámpago y al rayo,
cimbra el espacio, rasga el negro velo
de la tiniebla, se prosterna el mundo
y un siniestro contento se percibe
¡oh mar!, en lo profundo,
cual si con esa pompa celebraras,
entre el eterno duelo,
tus nupcias con el cielo.

Cansada de fatiga, cual si el aura
tierna te prodigara sus caricias,
a su encanto dulcísimo te entregas,
calmas tu enojo, viertes tus sonrisas,
y como niña con las olas juegas
cuando te dan su música las brisas.

Tú eres un ser de vida y de pasiones:
escuchas, amas, te enloqueces, lloras,
nos sobrecoges de terrible espanto,
embriagas de grandeza y enamoras.

Cuando por vez primera ¡oh mar sublime!
me vi junto de ti, como tocando
el borde del magnifico infinito,
Dios, clamó el labio en entusiasta grito:
Dios, repitió tu inquieta lontananza:
y Dios, me pareció que proclamaban
las olas, repitiendo mi alabanza.
[...]

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